El ecologismo luce en la oscuridad de la mentira

Procedencia.

En este artículo, el autor destaca la importancia del trabajo ecologista invisible e invisibilizado por los bulos que interesadamente fabrica la maquinaria política.




Julio Fernández Peláez

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La soberbia de los políticos mediocres hace que se sitúen en el centro a costa de la periferia. No medran por méritos propios sino tratando de aprovechar debilidades en el imaginario social que le sean favorables. Ocurre con la migración, ocurre con la precariedad y ocurre con el ecologismo.

De manera singular, las extremas derechas, y aquí habría que colocar también formaciones que no reconociendo esta filiación se comportan de igual manera, están felices con que existan los inmigrantes, los pobres y los atolondrados ecologistas, porque a todos ellos se les puede acusar de ser la causa de abundantes problemas, ya sea por robar, por no producir o por criticar indebidamente al sistema.

No importa que en Europa gobierne el partido que representas, si tienes que llamar radicales a los «ecologistas» que mandan en Europa, te habrás llenado de gloria, porque no solo habrás difundido con descaro un bulo de los de aúpa, algo muy loable en los tiempos que corren, sino que habrás centrado tu imagen a costa del supuesto odio que existe hacia los susodichos, gracias, cómo no, al NODO de última generación que a todas horas nos tratan de meter en la cachola y que relata cómo los ecologistas provocan con su pasividad incendios y otras muchas catástrofes.

La retroalimentación está a la orden del día, das de comer bulos a la población y, a continuación, provocas diarrea dialéctica entre los atragantados votantes para que vomitando estupideces en las redes no vean más realidad que la mentira del día siguiente, del mañana o del futuro construido al estilo «la hormiga atómica», que por si no lo sabían, fue uno de los símbolos más representativos de ese capitalismo industrial infinitamente productivo capaz de aumentar la riqueza hasta límites obscenos. Las cigarras, claro está, los ecologistas, vagos por naturaleza, igual que los inmigrantes y los pobres, pero en este caso colmatados de subvenciones, son el enemigo declarado, y todo lo que se diga en contra de ellos va en favor y en beneficio de la política mediocre, esa que tanto abunda y de la que ya no parece escapar ningún partido moderno, de los de titular por pistola y de los de mejor callar que me señalen.

Les sorprendería si les digo que muchas personas que nos dedicamos a cuidar de otras, y no solo del medio ambiente, no recibimos sueldo ni ayuda alguna por realizar este trabajo. Esta es la verdad, pero ya sabemos que la verdad y la realidad poco importan, lo importante es seguir insultando a quienes se sitúan en la periferia para así ganar prestigio en el centro, un centro de ficción absoluta, pero centro como dios manda.

Fotografía de Teresa Fernández.

Perdón si me repito, pero son tantos y tantos los desprecios que recibimos los cuidadores del medio ambiente y de las personas, que decirlo reiteradamente nunca está de más, a ver si actuando como loros se nos escucha, teniendo en cuenta que son los papagayos los que gobiernan el mundo, y cuando digo mundo no me refiero a las provincias ni pueblos donde todavía se conservan especies autóctonas de todo tipo sino a las grandes corporaciones económicas que controlan desde quiénes y cómo fabrican los cepillos de dientes hasta el número de chavales que tienen que morir en una guerra programada por inteligencia artificial.

La opinión pública estigmatizada con un corazoncito en un foro con banderita que tiene por objetivo derribar lo que sea con tal de llevar la razón en lo que se refiere al bienestar en general, tiene a los ecologistas como aliados permanentes, porque si no existiéramos, y no existieran los inmigrantes o los pobres, no sabrían qué decir, y tendrían que hablar mal de la diversidad sexual mucho más de lo que ya lo hacen, y eso a la larga les restaría votos. No dudo que a medida que el imaginario social se va polarizando, también la homofobia sea utilizada para beneficio político. Pero por el momento, ser homofóbico es un delito, ser antiecologista una bendición.

Insultar, difamar, pervertir el lenguaje, o incluso hacerle la vida imposible a los ecologistas está de moda, y da igual que sean buenas o malas personas en el fondo, o que no se lleven nada en crudo por hacer un trabajo necesario y del que se beneficia todo quisque, no, lo que cuenta son nuestros reprobables actos de no adaptación a la cultura consumista, ya sea en defensa de los vencejos en las ciudades, del lobo que matan con trampas y a tiros por la noche, de los árboles muertos o de los terrenos comunales que quieren llenar con máquinas de 200 metros de altura y que son auténticas trituradoras de aves.

Ya lo decía Pier Paolo Pasolini en referencia a las luciérnagas, y que ya entonces tenían el mismo problema que ahora tienen los ecologistas. A medida que el capitalismo irracional y voraz sigue creciendo, las luciérnagas y los ecologistas desaparecen, o simplemente ya no son visibles, ya sea a causa de la contaminación lumínica o la informativa, ya sea porque cada vez somos más periferia.

Pero por esta misma razón también resistimos, pese a que nuestra humilde luz apenas se vea en medio de tanta difamación y mentira, porque mientras exista un cárabo o un roble o una montaña que grite ayuda, existirá una persona que salga en su defensa. Y es que por mucho que quieran llevar la razón los extremistas que nos colocan en el extremo para aparentar como buenos hipócritas estar en el centro, la razón no es un asunto que pueda ser poseído, la razón se demuestra día a día, con sensibilidad, con ternura, con afecto, con sonrisas, con respeto, con generosidad, con inteligencia y con constancia laboriosa.

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