Plataforma Ecologista Madrileña

La tragedia se repite cada verano, incendios devastadores que arrasan miles de hectáreas dejando tras de sí un saldo ambiental, social y económico catastrófico. El informe «Incendios forestales, el eterno problema sin solución» denuncia con contundencia que, aunque los medios de extinción han mejorado, nada ha cambiado en lo esencial, las causas que encienden el fuego siguen intactas durante más de cinco décadas. Y es sobre las causas donde hay que incidir para minimizar esta tragedia.
El perfil histórico es claro, España conoce el problema desde hace siglos. En la Edad Moderna ya se perseguía a quienes prendían fuego a los montes. A mediados del siglo XX, España fue consciente del riesgo que representaban los incendios y quienes los provocaban. Se creó el Servicio Especial de Defensa de los Montes contra Incendios y se inició la base de datos con información normalizada que ha llegado a nuestros días. Sin embargo, actualmente seguimos enfrentando la misma amenaza. El número de grandes incendios (GIF) ha disminuido, desde 1968 pero su virulencia ha aumentado dramáticamente. En 2025 cada siniestro quema en promedio más de 6.000 hectáreas, triplicando la media histórica.
Los patrones no engañan, las regiones que siempre han sido vulnerables —noroeste peninsular, centro, Extremadura…— siguen en el centro de la catástrofe. Esto revela la persistencia histórica de las causas a las que nunca se ha hecho frente.
Por ello, es vital distinguir entre lo que inicia el fuego y lo que facilita su expansión. En España, más del 87 % de los incendios tienen origen humano, debidos a negligencias como quemas agrícolas o ganaderas, trabajos forestales, descuidos…, así como incendios intencionados. Las causas naturales apenas representan el 5 %. Esto implica hacer una reflexión sobre qué se está haciendo mal para que no consigamos atajar las causas que generan el fuego. Dicho de otro modo, si no hay una mano que por acción u omisión cause el incendio, este no se producirá.
Para agravar la cuestión, la impunidad es alarmante: tan solo el 0,2 % de los incendios intencionados terminan en una condena judicial. Si estas cifras se trasladaran a los delitos de robos estaríamos ante un escenario difícil de soportar.

¿Limpiar, degradar… o proteger ecosistemas?
La tentación de «limpiar» los bosques para disminuir combustible es comprensible desde el punto de vista del desconocimiento del funcionamiento de los ecosistemas y de la conservación de la biodiversidad. Proponer la eliminación del matorral y la reducción de la masa forestal para crear los manidos “mosaicos” no es más que una mutilación y una fragmentación de los ecosistemas forestales que genera aún más degradación y pérdida de especies. En el escenario actual de cambio climático, donde los episodios de GIF y su virulencia van en aumento, y donde la capacidad de los dispositivos de extinción son superados por el fuego, hacer estas propuestas carecen de sentido.
Aunque es necesario ahondar en una mayor responsabilidad de las administraciones autonómicas en sus competencias (entre otras cosas, cumplir y hacer cumplir los planes de actuación ante emergencias por incendios forestales, contar con más y mejores medios, más personal cualificado, o una mayor coordinación administrativa), todo esto seguirá siendo insuficiente si no se atajan las causas que provocan los incendios. Por ello es imprescindible atajar las causas combinando medidas de concienciación, disuasorias, coercitivas y punitivas, mejorando la coordinación entre administraciones.
Durante más de medio siglo, se han desarrollado grandes medios y capacidad para apagar incendios, pero no para detenerlos. La dramática situación de 2025 —con incendios de extinción casi incontrolable— está aquí para recordarnos que la solución no está en luchar contra el fuego, sino contra quienes lo provocan y contra las condiciones que lo hacen tan destructivo. No basta con reaccionar; necesitamos transformar el enfoque. Solo así podremos proteger realmente los montes que tanto necesitamos y merecemos.


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