Decreto por el que se regula la planificación y ordenación de los bosques sin abrazos

Un bombero refresca la zona con una manguera. Cedida.

Julio Fernández Peláez

Los bosques de verdad resistieron a las tropelías humanas porque eran bosques, y si no les amargamos la vida, seguirán resistiendo

Primero dejaron que se quemara todo y luego dijeron que se quemó porque estaba sucio.

Yo no sabía a qué se referían, así que mandé dibujar un monte sucio a varios niños de 6 a 9 años y para mi sorpresa todos dibujaron una montaña quemada. Es decir, que para esos niños, la suciedad no era causa sino consecuencia. 

Yo anduve dándole vueltas a la cabeza a esto, pues aunque entendía que la infancia siempre mira la realidad sin prejuicios, no acababa de comprender cómo es que difería tanto del mundo de los adultos.

Días más tarde, cuando ya no había grandes fuegos en el horizonte, esas mismas personas que le echaban la culpa a la suciedad de la maleza, sacaron un decreto ley por el que se permitía industrializar los bosques, y es entonces cuando se abrió una luz en esa ventana del cuarto de atrás de mi casa, el cuarto de los ratones, que es donde guardo la leña que recojo del monte con sumo cuidado, tratando siempre de no herirlo.

Hay muchos tipos de personas, no hay más que ver la cara de quienes nos gobiernan tolerando de buena gana a los genocidas, y a continuación la cara de un paisano que a la puerta de su casa se despide de los atardeceres con una sonrisa; pero si algo he comprobado en la vida es que ese tipo de personas que abraza los árboles cuando tiene oportunidad de hacerlo, son especialmente diferentes al resto. Son personas buenas, al menos tan buenas como la propia naturaleza que se empeña en darnos cobijo desde que éramos unos simples y descerebrados mamíferos perseguidos por dinosaurios glotones.

Ya sabemos que los decretos de ley se sacan cuando hay algo que esconder. Es algo viejo y que sucede a menudo: cuando alguien se siente cuestionado, lo mejor es dictar una norma complaciente. Así que no se extrañen de que quienes no sabían cómo llamar a los bomberos, porque años atrás habían dinamitado el edificio del cuerpo de bomberos, les dé ahora por decir que hay que sacar provecho hasta de las especies extinguidas de Trevinca y, cómo no, de los árboles, pobres seres inútiles que una vez grandecitos solo sirven para que nos den la madera que precisamos para calentarnos en los duros y fríos inviernos de este siglo XIX. No, no es una errata, es el regreso de la biomasa con todo su esplendor de humo.

La ventana del leñero tampoco es Facebook. Esa red que atrapa tu ego sin que te des cuenta y que se ha convertido en un espejismo de vanidad. Nunca verás ahí más comentarios que los tuyos y los de tus amigos afines, lo demás es publicidad, montones y montones de historias creadas por IA que te hacen creer que estás informándote cuando en realidad les estás regalando tu tiempo a los dueños del castillo, señores de California, Meta y company. Pero hay algo que debes saber: en los foros y grupos cerrados de esa red social, como en otras muchas semejantes, es donde la gente se calienta y lanza sus vituperios contra el ecologismo, la vida y la inteligencia, al tiempo que brotan ideas brillantes de cómo ocupar todos los paisajes con herbívoros gigantes que ponen huevos con los que hacer tortillas de patata los domingos, o cómo, con datos en la mano, hay cada vez más árboles, y como son una peste, hay que darles el alto.

La ventana del leñero tampoco da al mundo conocido. Este mundo se compone de miles de millones de personas asistiendo a un espectáculo triste en el que otras personas son ejecutadas para que el espectáculo continúe. Es así como las empresas de armamento se han hecho ricas últimamente, vendiendo entradas para el circo sionista que recorre todos los territorios con todos los medios a su alcance, incluida la bicicleta. Y si crees que esto no tiene relación con el decreto del que hablamos, adivina qué empresa pública, dedicada al cuidado del medio ambiente, tiene inversiones en fondos implicados con la fabricación de todo tipo de juguetes mortales –no para quien los usa, precisamente–.

La ventana del leñero es una simple ventana que da a un bosque, el bosque de robles que rodea mi casa y que nunca se quemará, porque los bosques de robles no arden, arden las plantaciones de coníferas y eucaliptos en hileras sucias, arde el monte bajo castigado durante siglos por la acción del ser humano, y arde la hierba seca con la que aprendimos a hacer fuego, pero no los bosques de robles. Cualquier persona que abrace un árbol vivo por el que pasó un rayo desde la copa hasta el suelo, lo sabe.

Es una pena que los técnicos que elaboran decretos para tapar las vergüenzas de los políticos no quieran admitir algo tan sencillo y evidente. Los bosques de verdad resistieron a las tropelías humanas porque eran bosques, y si no les amargamos la vida, seguirán resistiendo.

Se puede acabar con ellos, eso es cierto, se puede intentar quemarlos una y otra vez hasta debilitarlos y convertirlos en «sucios», no lo voy a negar, pero lo que desde antiguo los estragó no fueron los fuegos de las tormentas, fueron las desamortizaciones, los cambios de usos en el terreno, la caza en busca de claros, los aldeanos para cultivar semillas, los ganaderos para obtener pastos, los traficantes de madera, los que no querían bosques porque en ellos había lobos, y ahora, por fin, los decretos.

Esos decretos que afirman que todos los bosques maduros son aprovechables y que hay que gestionarlos con motosierra y sin abrazos. 

Castilla y León acaba de sacar el suyo. Y lo hace la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio. 

Ese es el problema de fondo, creer que el medio ambiente es nuestra casa que tenemos que ordenar. No, no es nuestra casa, no conozco a nadie que haya construido un bosque con ladrillos que pueda hacer la fotosíntesis. El medio ambiente, y en especial los bosques, son el hábitat de todos los seres vivos que, a diferencia del ser humano, quieren seguir existiendo como seres vivos. Pero esto la Junta no lo sabe, o dice no saberlo.

Artículo e imagen publicados originalmente en ENFOQUE.

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