Solidaridad no se la lleva el humo

Incendios, foto de Ricardo Cubo

Helicóptero trabajando en los incendios de Sanabria, 2025. Foto: Ricardo Cubo

Este editorial va a ser muy sencillo, porque para expresar solidaridad con quienes han perdido el paisaje de su memoria, su pueblo, su casa, o incluso su vida luchando contra el fuego, no hacen falta muchas palabras. Tampoco para expresar el dolor compartido por la pérdida de innumerables individuos de diferentes especies, algunas de ellas muy vulnerables.

El fuego se ha llevado por delante espacios supuestamente protegidos y de indudable valor ecológico, algunos de ellos Patrimonio de la Humandidad y otros, como el Parque Natural del lago de Sanabria y alrededores, de una importancia simbólica difícil de calibrar. Provincias como Ourense, Zamora, Leon o Cáceres han perdido una parte importante de sus recursos en biodiversidad.

Quién escribe estas líneas se encuentra consumido por la desesperanza de ver cómo los responsables de defender el territorio siguen impasibles y carentes de toda empatía mientras las llamas avanzan por las montañas y los valles, arden árboles milenarios y la gente tiene que escapar de sus casas entre el humo que les quema la garganta, la rabia contenida y el miedo metido en las entrañas.

Quien escribe estas líneas, en nombre del equipo de redacción de Rebelión Ecologista, tiene una hija de 13 años que también ha sentido cómo el futuro de su generación ha sido quebrantado de alguna manera. ¿Qué es un fuego?, se pregunta. Los fuegos son sucesos que lo destrozan todo sin normas a su paso, se responde, masas inmensas que atormentan los veranos tranquilos y que dejan tras de sí heridas que tardarán en curarse, o que nunca dejarán de supurar.

Miramos juntos la definición de la RAE de incendio: «fuego grande que destruye lo que no debería quemarse.» Pero ella y yo sabemos que es algo más que un evento descontrolado, sobre todo si las causas no son naturales. Un incendio suele ser algo que alguien crea sin conciencia y sin pensar en las consecuencias sobre el medio, aunque tal vez sí pensando en el propio provecho.

Es decir, la avaricia, le digo. Según la RAE: «afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas.» ¿Pero qué tesoro?, ¿qué bienes materiales pueden adquirirse con un incendio?

Seguramente más de los que imaginamos y menos de los que desearían quienes prenden el monte, esas personas adultas pero irresponsables, capaces de causar un inmenso dolor mediante un solo acto incendiario.

Inmaduros, me dice ella, porque no han aprendido a expresar sus emociones si no es a través de la fuerza, insolidarios porque desconocen lo que es trabajar por un mundo mejor, soberbios por creer que pueden conseguir siempre lo que quieren, mala gente porque nunca se harán cargo de sus acciones: quien provoca un incendio huye para no volver al lugar del crimen, pues no hay forma de regresar a un lugar después de que este haya sido arrasado.

Cierto, el fuego deja las cenizas de las que brotará vida nueva pero se lleva por delante la vida que aprendimos a respetar, se lleva un pedazo de nuestro amor por la vida.

Destruyen el mundo porque hay quienes, pudiendo destruirlo, no le dan importancia a la vida. Los incendios son el síntoma de una enfermedad que podría destruir también a nuestra especie. Pero no todas las personas de la especie sapiens sapiens tienen la culpa, y mucho menos las víctimas.

Debemos alzar la voz, quienes aún no hemos perdido la humanidad ni la cordura, para gritar solidaridad con las víctimas y con la propia naturaleza. Esta es una lucha de razones y sentimientos frente a la barbarie. No podemos quedarnos impasibles contemplando cómo unos pocos destruyen lo que a nadie le pertenece. Esta es una guerra contra la ignorancia y el negacionismo. Es una guerra cultural lo que se avecina, una disputa entre unos melifluos pero indecentes intereses económicos y la defensa de la vida.

Los responsables políticos, con su actitud, se han puesto de parte de los delincuentes.

El ecologismo tiene que seguir mirando con los ojos abiertos, con plena escucha, con infinito tacto y con el olfato que nos conecta con la tierra húmeda para denunciar la avaricia y también para mostrar que el amor por lo que nos rodea es ya la última esperanza y la única batalla que nunca daremos por perdida.

Hidroavión cargando agua en el embalse de Cernadilla (Zamora), 2025. Foto: Ricardo Cubo

Atardecer en Sanabria, 2025. Foto: Ricardo Cubo

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