Inma Blanco Burgos
Fotografías: Ecologistas Zamora

Mi padre nació en Zamora en 1932 y, aunque abandonó la ciudad antes de los diez años, siempre se mostró orgulloso de sus orígenes. Gracias a su entusiasmo, nos apuntamos casi toda la familia a una excursión organizada para conocer la zona de Sanabria, de la que él siempre había oído hablar como una belleza. Corría el 1996 y yo acababa de terminar la carrera (ahora se llama grado). Mi madre, mi padre, una amiga que también se animó a ir y yo quedamos enamorados del parque natural, del lago y de la exuberancia del bosque. Mi madre y mi padre subieron a la Laguna de los Peces y quedaron embriagados por la naturaleza salvaje de la montaña, por la explosión de flores que este mismo 2025, en junio, también nos embriagó a mi chico (un nuevo fanático de la región) y a mí con esa intensa y casi inverosímil fragancia a miel que desprendían el brezo y el piorno.
Desde 1996 hasta 2025 volví una y otra vez a Sanabria: con parejas, con amistades, sola… Siempre ha sido el lugar donde me perdería, donde me quedaría, donde quisiera exhalar mi último suspiro.
Este año, justamente, tuvimos la oportunidad de pasar más tiempo en el pueblo que llaman el Balcón de Sanabria: San Martín de Castañeda, del que siempre digo que ya deberían nombrarme hija adoptiva. Desde junio, hemos tenido la suerte de recorrer todo lo que nos quedaba por ver, o casi todo. Descubrimos parajes de ensueño que aún estaban en el tintero. Vinieron más amistades a conocer la zona. Cuando, por fin, me quedé sola, llegó la pesadilla.

El fuego comenzó en Porto, dicen que con un rayo. Resulta incomprensible que un fuego que comienza con un rayo pueda llegar a ser tan descomunal sin que se pare antes para evitar que avance tanto. Cada día nos rodeaba más el humo, cada día se veía menos el paisaje que tanto nos encandila a todas las personas que sabemos disfrutar del pueblo y de sus alrededores. A cada paso llegaban rumores, bulos y muy poca información concreta del peligro que corrían la totalidad del parque y los pueblos que están en él. Yo no tengo tele, la radio no decía gran cosa, una querida vecina no podía sintonizar la estatal, internet tampoco servía de mucho y la autonómica…
Cuando, el domingo 17 de agosto miré en una conocida aplicación de mapas dónde estaba el fuego, me quedé petrificada. Aparecía como un incendio de más de 100 km cuadrados y, aparentemente, se encontraba a una distancia muy escasa, en un lugar al que habíamos ido andando sin problemas. El terror se apoderó de mí, pero lo peor era el miedo a que todo el parque quedara abrasado. La tristeza, la incredulidad, la más absoluta desolación y la rabia me inundaron. Mi vecina sintonizó el canal de Castilla y León, pues la uno no se veía bien. Parecía lógico que estuvieran dando información constante sobre el incendio. Pero, ¿qué nos encontramos, mientras el calor que llegaba a nuestros cuerpos iba mucho más allá del previsto por AEMET, era claramente el calor del fuego que teníamos cerca? Estaban emitiendo ni más ni menos que un programa enlatado, información turística que me pareció totalmente fuera de lugar sobre el castillo de Puebla de Sanabria y otras atracciones.
Así que pedí un taxi y, entre el pavor y el dolor más absoluto, salí de allí.
Al día siguiente, me contaron que por la mañana el humo ya hacía el aire irrespirable y que les había prohibido pasar de un determinado punto del pueblo (donde se encuentran las palabras de Unamuno sobre el mismo) Paradójicamente, unas horas después, al parecer, ya estaban pidiendo a la gente que “se fueran, para facilitar la evacuación”. Por la tarde, evacuaron el pueblo.
Los días siguientes fueron de los peores de mi vida. El fuego, a pesar de encontrarse a su paso con amplias zonas ganaderas (de esas que se dice una y otra vez que ‘previenen incendios”, aunque las estadísticas lo desmientan) se hallaba fuera de control. Por momentos, parecía que todo iba bien. A las horas, todo iba peor. Sentía una angustia extrema, hasta el punto de desear no haber vivido para ser testigo de la posible destrucción del parque natural, de desear estar muerta en ese momento y de alegrarme de que mis padres estuvieran muertos. Me aterraba volver y encontrar palitos negros a nuestro alrededor en lugar de árboles. A mucha gente le molesta que se diga, pero lo cierto es que una casa se reconstruye en unos años, o puede quemarse y no tiene consecuencias graves para otras generaciones, por muy terrible que sea pasar por esa experiencia; un bosque se forma en medio siglo, o más, y cada uno de ellos es cada vez más imprescindible para frenar la emergencia climática que pone (y a las pruebas me remito) cada vez más en peligro la posibilidad de una existencia que merezca la pena y nuestra propia supervivencia como especie.

Cinco días tras la evacuación, se permitió el regreso a varias pedanías de Galende, pero el incendio seguía activo. A los tres días de regresar, cuando la familia real venía a visitar el pueblo (algo que tuvo que entorpecer bastante las tareas de extinción y por lo tanto resulta incomprensible que se permitiera) había focos reactivados, otro incendio cerca, más humo de nuevo… Así que, volví a irme mientras la gente esperaba al rey.
Ahora, el incendio ya se ha extinguido, pero se ha quemado más de la mitad del parque. Una de las peores pesadillas de mucha gente (incluída yo) se ha hecho realidad. Lo siguiente peor es que no hubiera quedado nada, o casi nada, pero algunos de los parajes más maravillosos, como la laguna de los Peces, el cañón del Tera, Porto, Trevinca… tardarán mucho en volver a ser lo que eran. En lugar de la benéfica vegetación los cubre una ceniza que contaminará las aguas con consecuencias que todavía no se han concretado. Es la segunda parte del horror, del desastre. Y Sanabria, solo una de las regiones devastadas.
Los quinientos euros de ayuda a las personas afectadas, vengan de quien vengan, no deben callarnos ni nos van a callar. El dinero debe entregarse, es lo justo, pero sabemos que no puede comprar el oxígeno, el frescor, el agua limpia y la naturaleza de la que dependemos, ni compensar jamás, jamás, por su criminal destrucción. Sanabria, cualquier bosque y el planeta entero, del que formamos parte… no tienen precio. El dinero no salvará a nadie de las consecuencias del comportamiento voraz, avaricioso, egoísta y kamikaze de una minoría. Las autoridades deben hacer pedagogía y también erradicar de una vez por todas cualquier posible móvil económico que lleve a prender un fuego en un espacio natural, prohibir para siempre empresas se lucren apagando incendios, dejar de subvencionar a las empresas más responsables de la emergencia climática (en lugar de tanto parloteo vacío) y contar la verdad: Lo que es incompatible con el bosque no puede protegerlo; el bosque y el sotobosque no son una amenaza, sino nuestra única salvación. Las plantas existen desde hace unos 3.000 millones de años mientras nuestra especie, solo unos cientos de miles. No olvidemos quién debe su existencia a quién. Eduquemos sobre ello desde la infancia.

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