
Jesús Samperiz Maluenda.
Jubilado (Prof. de secundaria). Activo en la Red de Agua Pública de Aragón.
En el mes de agosto, cómo no, el bochorno fue protagonista. Pero no el bochorno climático, que hubiera sido lo esperable; el mayor bochorno ha sido generado en la eternamente enrarecida atmósfera política, dueña y señora de la opinión pública en este Termidor posmoderno que no deja de caer, como maldición bíblica, sobre el librepensador veraneante.

Ha sido un periodo tórrido de mentiras intencionadas, mensajes de odio en todos los idiomas y soportes conocibles y una competición feroz para ver quién es el «gallino» o la gallina más tontos del gallinero que pugna por al asalto a la Moncloa.
No abundaremos en la percepción de que, por contradictorio que parezca, la mentira beneficia al mentiroso. Este autor ya lo ha contado muchas veces y superando la nausea permanente ante el genocidio de Gaza y de otras partes de este triste planeta, alimentado desde la maldad de las oligarquías con el silencio culposo de las clases desfavorecidas, es preciso seguir el día a día. Librepensar es una obligación cotidiana.Y en este recorrido de calendarios los ejemplos de la iniquidad son tantos que es difícil elegir.
Si en tiempo de la DANA valenciana el «aguaplanismo» achacaba al movimiento ecologista la destrucción de presas y la suciedad de los cauces, ahora es el terraplanismo incendiario el que repite el cuento, habida cuenta el buen resultado que la falsedad del «fasci-orelato» arroja en las encuestas levantinas para las derechas extremadas.
El mecanismo está testado desde tiempo inmemorial, se trata de buscar algún colectivo que cargue las culpas y esquivar el verdadero alcance de los acontecimientos. Todo antes que asumir una gestión territorial que acomode los andares del ser humano de las Españas al de la Vieja Gaia que ni sabe de fronteras ni lenguas vernáculas y que ya no admite más prorrogas en sus exigencias sobre los límites planetarios.
Pasadas las calores y los récords del termómetro, volvemos al barriobajero partidismo que parece endémico, al menos desde 1874, tal como Paul Preston muestra en «Un pueblo maltratado». Una realidad que taladra la historia y que se reproduce ante nuestro ojos una y otra vez.
Sin embargo el bochorno, con toda la gravedad de los incendios y su banalización politizada de este verano no acaba ahí. Aun a riesgo de repetirnos no podemos por menos de mostrar nuestro asombro sobre el autoritarismo y estulticia, más o menos velados, con que se plantean iniciativas en nuestras montañas y es que el catálogo no para de reeditarse. Asombro compartido por la inacción y falta de crítica con que la población recibe todas estas experiencias de modernidad pasada de moda. Se diría que el bochorno (el climático y el social) aumenta la percepción de inevitabilidad de mucha gente incapacitada para ver algo más allá de lo que los medios de comunicación ofrecen como panaceas de desarrollo. Y eso a pesar que un (aparentemente) admirado José A. Labordeta ya cantara hace muchos años de Alianzas para matar. Cañones para el progreso.
Sin salir de nuestra comarca, sigue viva la bochornosa sinrazón de las obras del Ésera para que Benasque no se inunde cada 10 años. Poco importa que esa obra ya se hiciera después de las inundaciones de 2013. La actual lo que pretende es elevar la estación de salida del telecabina a Cerler para que deje de ser zona inundable de flujo preferente.

Esperando que unos u otros caigan en la cuenta de la frivolidad de esta obra, de este gasto público, el espectador mediático de gama media no parece ver que la masificación de los paisajes de montaña supone una explotación irracional con graves repercusiones sin retorno posible. Una irracionalidad que emana de unas administraciones y empresarios del sector encantados de la vida de invertir el dinero de todos en la DISNEYLIZACIÓN PIRENAICA.

Cuando parecía que el caso de Panticosa no tenía parangón en cuanto a estupidez, Candanchu se lanza a instalar su propio parque de toboganes, Astún proyecta un mirador estrambótico en La Raca y en Jaca se proyecta un parque en la falda de Peña Oroel.
Turismo con estrambote
Los librepensadores que sostienen este autor que ya ha dejado de pasear el Congost de Montrebei, de acudir a Benasque en agosto o de hacer barrancos en la Sierra de Guara, se preguntan si alguno de estos prohombres de la política aragonesa encasillados políticamente por sus oligarquías respectivas, no habrán caído en la cuenta de que nuestras montañas no necesita tantos abalorios para ser un escenario de aventura y disfrute. Y en clave de esperanza, porque el librepensar tiene esta teologal compañía, puede que alguno caiga en la cuenta de que si dejan abierto el campo, los valles, los ríos, las cimas, barrancos y clamores será muy fácil que el puro azar del comportamiento h umanodespliegue a la gente a la captura del sentir las tierras y los paisajes. Simplemente bajo las suelas de un calzado que sepa transmitir la voz telúrica de la vida. Nada más y nada menos, porque en la aparente sencillez de las cosas reside la grandiosidad de la vida.
Y si a quien haya llegado hasta aquí le queda un rato libre, un poco de aire en los pulmones y una pizca de conciencia en el corazón, le recomendamos vivamente que tome partido, partido hasta mancharse, por la gentes, especialmente las que un día tuvieron un país llamado Palestina y que desde la declaración Balfour lleva acumulando espirales de terrorismo del falso estado de Israel que ha aplicado la solución final a un pueblo ante el silencio del resto de este triste planeta.
“Es más peligrosa la apatía de un pueblo que la tiranía de un dirigente”
Charles de Montesquieu
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