Ecologismo, internacionalismo

Procedencia: canarias-semanal.org

El autor está entre los que sostienen, al igual que nuestra publicación, que la combinación de la crisis del capitalismo y la emergencia climática nos obliga a apostar por un nuevo internacionalismo ecoterritorial que aborde las medidas de defensa no sólo ante las fuerzas negacionistas sino también ante quienes intentan pintar de verde la salvación del capitalismo, unidos ahora por la lógica de guerra.

Pedro Ramiro

Coordinador de Observatorio Multinacionales en América Latina (OMAL) http://pramiro.bsky.social

Es un lugar común que se ha producido un desplazamiento hacia la derecha de todo el marco político post 15M. Así se constata, para empezar, con los temas sobre los que se han articulado las agendas de los movimientos. No es solo que se haya volatilizado el cuestionamiento estratégico del proyecto europeo, sino que el propio internacionalismo se ha ausentado de la acción colectiva. Las dos décadas precedentes al crash global mostraron un potente despliegue de las luchas a escala europea: de las plataformas contra la Europa del capital y la guerra (Yugoslavia, Kosovo, Irak) a las movilizaciones contra el Tratado de Maastricht y la Constitución Europea, del movimiento antiglobalización a las diferentes ediciones del Foro Social Europeo. Pero a partir del disciplinamiento de Grecia en 2015, con la excepción de las manifestaciones por la justicia climática, se produjo el repliegue hacia los marcos locales, nacionales y estatales. Y sin una reactivación de las luchas sociales a nivel internacional, con un terreno de juego económico tan transnacionalizado, no podrán afianzarse alternativas socioecológicas viables.

Al mismo tiempo, se ha producido una cierta moderación de las prácticas movimientistas. De un repertorio de acciones que habitualmente solía incluir la desobediencia civil, la acción directa no violenta y la confrontación radical con la institucionalidad, proveniente de una tradición que entronca con el antimilitarismo, el movimiento antiglobalización y las revueltas en las plazas, se ha pasado a un modo de intervención que privilegia sobre todo las demandas al Estado. Puede decirse, en términos generales, que las continuas reclamaciones estadocéntricas  (alegaciones jurídicas, trabajo de lobby en los ministerios, redacción de enmiendas y propuestas normativas) han pasado a ocupar el carril central de las reivindicaciones de muchos movimientos y organizaciones sociales. Frente a los gobiernos progresistas, las prácticas rupturistas se han atenuado. Y los resultados de la incidencia institucional, dicho sea de paso, han sido bastante magros.

En el capitalismo verde oliva y digital, la transición energética —en sentido amplio, la transición ecológica— ha devenido en justificación desde arriba para reforzar el sistema de dominación. La evolución del contexto global y de la emergencia climática ha llevado a que, en la Unión Europea, el ecologismo se haya transformado en ideología de gobierno. Frente al ecologismo de los pobres del que habla Martínez Alier para caracterizar las resistencias populares a los conflictos asociados a la expansión global de los megaproyectos, nos situamos ahora ante el ecologismo de los ricos: Blackrock, Ana Botín, Pedro Sánchez, la Comisión Europea y los grandes poderes económico-financieros tratando de convertir la crisis socioecológica en oportunidades de negocio, dejando fuera a todas aquellas personas que no son funcionales para la lógica de valorización del capital. Los debates sobre las oportunidades en torno al Green New Deal ilustran esta tendencia: el capitalismo verde, forzado por la crisis climática y la adaptación de los negocios empresariales, aparece como la única opción pragmática frente a la extrema derecha negacionista y fósil.

Todos los conflictos fundamentales de nuestro tiempo (agua, alimentación, energía, transporte, vivienda) son ecosociales, y en el marco de la crisis sistémica no es posible un arreglo capital-naturaleza. Las consecuencias de la crisis multidimensional que nos atraviesa van a tener un claro sesgo de clase: los costes del cambio climático, las necesidades de agua y alimentación, la traducción del capitalismo verde y digital en reformas ambientales, las pagarán sobre todo las clases populares, vía segregación y zonificación, represión frente a las contradicciones sistémicas, destrucción de derechos, acaparamiento de riqueza y recursos. En este contexto, en los conflictos ecosociales por venir, el ecologismo social tiene que confrontar radicalmente con los vectores centrales del proceso de acumulación capitalista —incluyendo a los Estados que les sirven de soporte— o corre el riesgo de ser demonizado.

El nombramiento de Teresa Ribera al frente de la vicepresidencia de la Comisión Europea, alineándose con las posiciones dominantes en el seno de la UE, termina de consolidar la actual hegemonía progresista sobre las posiciones de la izquierda institucional. Abrazar la lógica del mal menor y celebrar su puesto como comisaria de Transición y Competencia contribuye a identificar al ecologismo con posiciones de gobierno. Y eso puede hacer que, cuando estallen conflictos ecosociales, sea muy difícil desligarse de sus medidas antisociales, que usarán la transición ecológica como excusa para el ajuste verde militar. Frente a la extrema derecha, sin negar las dificultades de la actual correlación de fuerzas, se trata de salir de la esquina del tablero en donde nos arrincona la lógica del mal menor para dejar atrás el repliegue y jugar a la ofensiva.

Si hoy es difícil fiar todo el trabajo político y de transformación radical a unos movimientos sociales y unos espacios de contrapoder disminuidos y ciertamente desmovilizados, más lo es delegar en un Estado crecientemente autoritario y sometido a la lógica del poder corporativo. El gran desafío actual está en fortalecer los procesos de autoorganización desde la base, por fuera del Estado, sin renunciar a disputarle ciertos espacios. Construir experiencias, compartir vidas y afectos desde los que tejer alternativas a la telaraña del neofascismo global. Construir agendas propias y fomentar las prácticas rupturistas. Abandonar la lógica de sectorialización y parcialización de las luchas. Fortalecer alianzas amplias con organizaciones sociales, políticas y sindicales. Apostar por un nuevo internacionalismo ecoterritorial, pegado a las redes comunitarias y comprometido con el sabotaje de la lógica de guerra; compuesto por un sujeto diverso, enraizado en las luchas populares y que mire más allá de las fronteras del Estado nación como único marco posible de acción política.

Abrir paso a otras formas de organizar la economía y la vida en sociedad no pasa por el neokeynesianismo, ni por confiar en la buena voluntad de los propietarios de las grandes fortunas. Lejos del «diálogo social» y de los acuerdos interclasistas, se trata más bien de rearticular espacios globales, nacionales y locales donde confrontar la hegemonía de las élites político-empresariales, donde las mayorías sociales se transformen en nuevas formas de organización popular. El conflicto central de nuestro tiempo ya no se da entre los Estados y las grandes corporaciones; estos han demostrado ir de la mano a lo largo del último medio siglo y ahora redoblan la ofensiva capitalista por traspasar las penúltimas fronteras en busca de nichos de rentabilidad. El balance de la expansión global del poder corporativo deja un largo reguero de desastres ecológicos, desplazamientos forzados, destrucción de territorios y múltiples violaciones de los derechos humanos, y los Estados no pueden ser el único principio y fin del derecho internacional. Como ha dicho Angela Davis, «que este periodo también nos inspire para tener diferentes formas de imaginar el futuro fuera del marco del Estado nación, con su ejército y toda su policía y sus diversas formas de violencia».

Conjugar ecologismo y lucha de clases, siguiendo esta línea, pasa por aprovechar la potencia real de los movimientos que defienden sus territorios contra el avance de la depredación capitalista. Entendiendo que, como vimos en las marchas y bloqueos de los agricultores europeos que tuvieron lugar a principios de 2024 —o también en el caso de las plataformas ibéricas contra la expansión de megaproyectos de energías renovables—, van a producirse movilizaciones heterogéneas que combinarán posiciones reaccionarias y rupturistas, pero en las que, en cualquier caso, será fundamental intervenir. De las resistencias frente a las macrogranjas a las movilizaciones contra la turistificación, de la oposición a los megaproyectos minero-energéticos a los movimientos por una vivienda digna, de los levantamientos de la tierra al bloqueo de las infraestructuras que sostienen el capitalismo verde militar, de la pelea por los servicios públicos a la federación de luchas ecofeministas, antimilitaristas y antirracistas, de lo que se trata, al fin y al cabo, es de impugnar el modelo impulsando nuevas formas de articulación social. El horizonte del ecologismo social, como aprendimos con Ramón Fernández Durán, es «una nueva práctica política que tienda a transformar la ingobernabilidad en antagonismo, criticando las posturas reformistas que nos hacen creer que es posible la reforma del sistema desde dentro».

Los pueblos, las comunidades y los movimientos sociales han de convertirse en sujetos, no meros objetos de derecho, reconstruyendo formas de acción colectiva que trasciendan la visión clásica del Estado. El marco internacional de derechos humanos, adoptado al terminar la Segunda Guerra Mundial y hoy en curso de liquidación, requiere una completa reconfiguración desde abajo. Ante la necropolítica de la Unión Europea, se hace necesario retomar la conformación de alianzas a escala transnacional. Frente al avance del enfoque privatizador en la cooperación internacional, se vuelve estratégico repensar y reconstruir un nuevo internacionalismo que enfrente el engranaje jurídico, político y empresarial de esta huida hacia adelante del capitalismo en crisis permanente. Aunque haya podido encontrarse en un momento de repliegue, sigue siendo clave —como lo ha demostrado este año el movimiento global contra el genocidio en Palestina— una solidaridad internacionalista que articule las comunidades en lucha y los pueblos en resistencia para enfrentar el orden capitalista, heteropatriarcal, colonial y ecocida. La única salida justa de la crisis será con las personas y los colectivos que defienden sus territorios frente al poder corporativo, fortaleciendo propuestas alternativas y redes contrahegemónicas transnacionales que exijan y hagan efectivos los derechos de las mayorías sociales.

El artículo completo en https://zonaestrategia.net/ecologismo-internacionalismo-y-lucha-de-clases-contra-la-europa-fortaleza/

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