
Los medios occidentales han demostrado una vez más su capacidad para fabricar una montaña de dramatismo y, acto seguido, desinflarla sin explicaciones. El ultimátum trumpista a Putin, presentado como un pulso épico, se esfumó en una cumbre de cuyo ‘éxito’ no queda rastro, silenciando así la principal consecuencia: que Rusia no cedió y logró su objetivo sin hacer concesiones.

Por Raúl Radovich
Las amenazas de Trump a Venezuela son la continuación de una estrategia clara. El ciclo noticioso en Occidente sigue un guión predecible: se crea una crisis artificial con plazos perentorios y lenguaje belicista, se mantiene la tensión en vilo durante días y, se borra el asunto del mapa sin analizar las bruscas piruetas narrativas.
Para tratar de desviar la atención de la oposición del “estado profundo” de Washington al acercamiento a Moscú, al evitar el enfrentamiento, la operación de aparecer dispuesto a aplicar la violencia contra Maduro le permite contrarrestar la imagen de blando que estaría demostrando después de la entrevista con Putin. Además vuelve a señalar que en su agenda la Doctrina Monroe de “América para los americanos” es una de sus prioridades.
A pesar de la profusión de los mensajes previos y el silencio en la conferencia de prensa, sin preguntas ni respuestas, la reunión de Alaska produjo el único resultado posible. De lo contrario, no se hubiera programado .
En lugar de 24 horas, a Trump le ha llevado más de medio año aceptar que Rusia no iba a cambiar de opinión, teniendo en cuenta que ya había ganado en el campo de batalla. Si como hemos señalado en La racionalidad del imbécil, el objetivo principal de Trump era intentar disminuir la fortaleza de la alianza chino-rusa para intentar debilitar la potencia de su competidor, la negociación en ningún caso iba a centrarse en Ucrania.
El tema central debía ser empezar a normalizar las relaciones aceptando como igual a quien el gobierno de Biden había pretendido vencer, bien en el campo de batalla o con sanciones económicas, esperando que el régimen de Putin cayera como lo hizo la Unión Soviética.
El cambio de estrategia propuesto por Trump, contrariamente a lo que hace con todos los paises, salvo con China, no es el de aplicar el palo, tanto con aranceles a todos, como con bombardeos a Irán, sino la zanahoria de convertir a Rusia en un socio con quien compartir negocios comunes, dentro de los cuales la situación de Ucrania es un tema secundario a tratar en el marco de la colaboración económica para tratar los grandes temas en un mundo capitalista que está conociendo la peor crisis desde los años treinta.
Trump jugando al ping pong como Nixon
Trump está siguiendo la misma estrategia que utilizó Nixon a principios de los setenta al reconocer a China para socavar la relación entre los dos colosos en Asia. Ahora los protagonistas están invertidos pero el intento es el mismo. En ese entonces, Nixon cambió de estrategia reemplazando el patrón oro , para imponer un dólar que estaba en peligro por el cambio del balance comercial estadounidense, que pasó de un resultado superavitario a otro deficitario.

Ahora después de más de cincuenta años de monopolio del dólar en el comercio mundial como unidad de medida y reserva de valor Trump vuelve a cambiar de estrategia al comprobar cómo esta situación de privilegio se está perdiendo ante el avance de China y el llamado “Sur global” en su implementación de utilización de monedas alternativas que convertiría al dólar en una moneda más.
Esta situación atemoriza al establecimiento en EEUU ya que ante el déficit tanto comercial como presupuestario, la única forma de ralentizar la pérdida constante de influencia del dólar queda en manos de la flota y las bases militares expandidas por todo el mundo.
Este cambio de estrategia de Trump, al ver que la solución manu militari, es imposible se produce en un mundo en que las contradicciones propias del capitalismo, se agudizan al máximo. Superproducción de mercancías que no encuentra salida. Hiper financiarización desbocada, que tras la debacle del 2008 se vuelve a repetir sin que se hayan puesto límites a la desregulación del movimiento de capitales. Superconcentración bancaria y multiplicación de deudas públicas y privadas. Dinero barato dando lugar a burbujas como la inmobiliaria y a la aparición de los “tecno feudalistas”, más capitalistas que nunca, propietarios de las grandes tecnológicas y las plataformas, que con la dictadura del algoritmo consiguen condicionar el apetito y los sueños de los consumidores.
Pero como si todo esto fuera poco, los fenómenos descritos no hacen más que crecer en una sociedad industrial que ha producido el calentamiento global y el derroche del “regalo” de la naturaleza que significaron los combustibles fósiles, que al igual que las materias primas necesarias para las energías alter marcan su horizonte de finitud.
Es en ese marco, que se está produciendo la transición desde un mundo unipolar a otro multipolar, donde Rusia ocupa la primacía nuclear, y China se ha convertido no ya en la fábrica del mundo sino en el centro industrial de un oriente que desplaza a Occidente de la vanguardia de la innovación tecnológica.
Solo unos datos a grandes rasgos ya que hay discrepancias entre las fuentes : en 1950 había 12 millones de obreros industriales en EEUU sobre 48 millones de trabajadores, es decir un 25%. Actualmente son la misma cantidad sobre 163 millones, solo un 7%, mientras China tiene más de 130 millones de obreros industriales. Si incluimos construcción e informalidad industrial son 220 millones sobre un total de 741 millones de trabajadores, es decir un 30% cuando en 1950 ni siquiera hay registro del número de trabajadores industriales chinos. En The New York Times calculan que son casi 300 millones los trabajadores que migraron del campo a la industria. Por último, en cuanto a la potencialidad en el campo de la innovación tecnológica en China anualmente se gradúan 1,38 millones de ingenieros, siete veces más que en EEUU.
Ante un Trump que intenta parar o retrasar esa caída de la importancia de EEUU en el mercado mundial, del 50% de las exportaciones en 1945 al 25 % en la actualidad, se presenta Putin que desde Múnich en 2007 viene pidiendo un lugar entre quienes él llama sus socios de un club en el que nunca fue admitido.

Business are Business
No cabe duda que a ambos les interesa llegar a un nuevo acuerdo sobre armas nucleares, para reducir los enormes recursos financieros que absorben. Necesitan el uno del otro para intercambiar, uno requiere de salida a sus productos que tienen cada vez menos demanda, y el otro capital financiero para explotar las inmensas reservas en su territorio y en el Ártico. Incluso pueden llegar a compartir el aprovisionamiento energético de Europa. ¿No se ofreció EEUU a permitir la reparación de los Nord Stream si participa en la distribución de gas y petróleo a Europa?
Y entrando al detalle, aunque Rusia haya podido sobrevivir a las sanciones, ¿no le vendría de perillas acabar con las medidas obstaculizadoras a su comercio internacional? Y ni que hablar sobre la importancia de que le restituyan los 300.000 millones de dólares congelados, en su mayor parte en Europa.
A Trump, por su parte, le atrae la idea de ofrecerle a Putin como solución la inversión de una cifra así en territorio estadounidense como exigió a los europeos por el doble de esa cantidad. Que esos fondos se encuentren en los circuitos financieros europeos no es ningún obstáculo. En estas decisiones la UE “no está ni se le espera”. Sus “dirigentes”, si se les puede llamar así harán lo que haga falta, no vaya a ser que Trump les vuelva a aumentar los aranceles o les obligue a comprar más armas o les exija que inviertan más en territorio estadounidense.
En cambio, existe un gran margen de negociación con Putin. Este se queja de que la inversión extranjera apenas supera el 20% de las inversiones totales de energía en Rusia. Al mismo tiempo como ejemplo de los resultados que pueda obtener afirma que desde que está Trump los intercambios comerciales aumentaron un 20%.
No se subraya suficientemente que no ha sido Rusia la que ha roto la dinámica de la integración euroasiática promovida con los alemanes. Han sido los EEUU los que han temido el peligro que significaba la conjunción de la tecnología alemana con la energía barata rusa.
Por ahora, no sabemos los detalles, ni de los acuerdos ni de los desacuerdos, de lo conseguido en la reunión de Alaska. Pero si sabemos lo que no sucedió.
Se llegó a este punto después de amenazas varias de Trump con sucesivos ultimátums que exigían a Rusia la aceptación de un alto el fuego. Pues bien, eso no se produjo. Putin no renunció a ninguna de las posiciones rusas. Por el contrario, Trump no mantuvo las amenazas y ha dado una versión optimista sobre el resultado de la reunión declarando que el objetivo es «ir directamente a un Acuerdo de Paz, que pondría fin a la guerra, y no a un mero Alto al Fuego, que a menudo no se sostiene«.
Eso es lo que viene reclamando Putin desde que consolidó su poder: frenar la expansión de la OTAN y crear un colchón de seguridad donde Ucrania sea lo suficientemente neutral como para no poder ser utilizada como base de operaciones contra el territorio ruso. Y por supuesto fue lo que lo llevó a realizar la invasión y a repetir una y otra vez que ese era el motivo.
Contrariamente a lo sucedido en la guerra arancelaria, en que Trump pudo presentar resultados palpables después de exigir medidas de máxima, en este caso, no pudo mostrar ningún punto en el que Rusia haya retrocedido. Por tanto, Trump ha aceptado que tiene que seguir negociando. Sabe que con amenazas a Rusia no va a conseguir ningún resultado.Y en ese proceso de negociación los acuerdos sobre armas nucleares serán el objetivo prioritario para una próxima reunión.El control de armas sería el primer tema, sobre misiles de medio y corto alcance, frenar los misiles rusos hipersónicos, que son capaces de perforar el escudo antimisiles de EEUU, y parar la instalación de armas nucleares norteamericanas en Europa. El propio Trump renunció en 2018 al acuerdo de corto y medio alcance que habían firmado. Puede volver a cambiar de opinión. Los misiles rusos Oreshnis, capaces de atravesar el escudo antimisiles de EEUU se van a producir en serie, unos 100 al año. Ni EEUU ni Europa pueden contrarrestar este poderío. Con esa capacidad puede destruir las grandes capitales en un santiamén si hay necesidad de recurrir a la Mano Muerta, mecanismo por el cuál aunque Putin y su gobierno fueran eliminados, existe un dispositivo por el cuál de forma automática las armas nucleares rusas alcanzarían los principales núcleos urbanos.
Ya en 2007 Putin denunció lo que sería la clave de la política euroatlántica: la extensión de la OTAN hacia el Este, para consolidar el dominio unipolar de EEUU. Putin criticó las actitudes unilaterales que en lugar de resolver potenciaron los problemas y conflictos mundiales. Ante ese panorama Putin planteó una nueva estructura del orden internacional, basado en la multipolaridad, de la que la creación de los BRICS era solo un primer síntoma.
El Teatro del Poder en el Desierto Blanco
Al final, la Cumbre de Anchorage de 2025 no necesitaba de acuerdos. Su mera celebración fue el mensaje. Un mensaje frío y calculado dirigido más a sus audiencias domésticas y a los pasillos de poder de Beijing y Bruselas que al propio adversario.
Queda claro que no hubo un «reinicio», esa palabra gastada que los diplomáticos adoran. Lo que hubo fue una pausa táctica. Una tregua no declarada para gestionar conflictos que se han vuelto demasiado costosos incluso para estas dos potencias. El armamentismo, la economía global tambaleante y la sombra alargada de China obligaron a esta mesa de conveniencia, a este «pacto de no agresión colateral» que ambos necesitaban para recomponer fuerzas.
Putin logró lo que quería: la foto de igual a igual, la legitimidad de quien negocia de tú a tú pese a las sanciones, la ruptura de un aislamiento que empezaba a ahogar incluso a la economía rusa. No obtuvo concesiones sobre Ucrania, pero sí lo que quizás era más importante: oxígeno.
La administración estadounidense, por su parte, puede vender la cumbre como un ejercicio de contención realista y diplomacia firme. Demostró que puede sentarse con el «oso» sin ser devorado, proyectando una fuerza serena que calma a sus aliados nerviosos. Pero en privado, sabe que ha canjeado propaganda por estabilidad, un trueque clásico en la geopolítica.
El verdadero acuerdo de Alaska, por tanto, no está escrito en ningún comunicado. Está escrito en los hechos que vendrán a continuación: una reducción calculada de la retórica belicista, canales de comunicación militares que tratarán de evitar un incidente fatal, y la continuación de la guerra por otros medios—cibernéticos, económicos, proxies—pero con un termostato mejor regulado.
¿Fue un éxito? Depende del cristal. Para el mundo, alivia la presión de un conflicto abierto. Para la realpolitik, fue un movimiento maestro. Para los ideales de la democracia y la justicia, que nadie respeta, fue otra concesión más al pragmatismo del poder. Alaska no cerró heridas; simplemente aplicó un vendaje frío sobre una grieta que sigue abierta y supurando. El deshielo, si alguna vez llega, aún está muy, muy lejano.
Mientras seguiremos oyendo los estruendos desde Ucrania y Gaza, para los medios occidentales “el mundo sigue andando”. Con maestría,los medios orientaron la opinión pública desde el ultimátum de Trump hasta un abrupto ‘éxito’ en su cumbre con Putin, omitiendo la clave del acuerdo: la validación de las posiciones rusas sin concesiones aparentes. El silencio posterior no es olvido, es la forma de ocultar un triunfo estratégico de Moscú.
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