¿Es la filantropía capitalista la solución a la crisis climática?

En este artículo los autores desgranan las claves que nos llevan a pensar que la filantropía, pese a propiciar atractivas panaceas tecnológicas, no está reparando las verdaderas grietas del capitalismo, sino gestionando su adaptación a un nuevo paradigma de crisis climática global. La influencia de las fundaciones sobre la manera en la que se está llevando a cabo la ‘transición verde’ nos lleva a considerar que más que aportar soluciones lo que se propicia es perpetuar un sistema amparado en la injusticia y la desigualdad.


Colectivo DDTT


Cómo la filantropía redibujó la política climática global

A finales de la década de 2000, mientras las advertencias del IPCC se hacían cada vez más contundentes y las movilizaciones climáticas se extendían por Europa y Estados Unidos, una parte de la élite económica global llegó a una conclusión estratégica: la transición energética era inevitable, y esto, más que implicar un retroceso en el desarrollo del capitalismo, implicaba un amplio abanico de oportunidades. Es en este contexto en el que nació en 2008 ClimateWorks Foundation, un fundación diseñada para articular una arquitectura de poder capaz de reorientar la transición energética de modo que se pudiera simular una lucha en contra de la crisis climática pero sin alterar los pilares del capitalismo global.

El documento que alumbró este movimiento fue Design to Win: Philanthropy’s Role in Solving the Climate Crisis (2007), un informe encargado por un grupo de importantes fundaciones, incluyendo la David and Lucile Packard Foundation, la Doris Duke Charitable Foundation, la Energy Foundation, la Joyce Foundation, la Oak Foundation y la William and Flora Hewlett Foundation, identificaba las estrategias más efectivas para la inversión filantrópica en la lucha contra el cambio climático. El plan era profundamente tecnocrático: reunir grandes fortunas filantrópicas, coordinar sus donaciones y dirigirlas hacia intervenciones de «alto impacto» que beneficiarían al mercado reduciendo riesgos. El informe enumeraba sectores estratégicos, estimaba retornos de inversión climática y señalaba dónde debía influirse primero: regulación, reformas legales, narrativa pública, investigación aplicada y, por encima de todo: advocacy, es decir, una defensa de los principios por los que debía implantarse la transición energética.

Sin embargo, el concepto clave no era demagógico sino puramente bursátil. Nos referimos al “capital catalítico”: dinero privado con capacidad de mover miles de millones de fondos públicos. El propio informe lo decía sin apenas ambigüedades: “The goal of philanthropy should be to unlock policy change at scale”. La lógica era clara: si la política pública era demasiado lenta para responder a la emergencia climática, serían los filántropos quienes fijarían las prioridades, siempre en beneficio del propio sistema y de las grandes corporaciones.

Así, en 2008, ya con el informe convertido en hoja de ruta, se lanzó ClimateWorks con el apoyo financiero de la Hewlett Foundation, que desembolsó más de 460 millones de dólares entre 2008 y 2011. En su primer año completo, el presupuesto operativo ya superaba los 118 millones de dólares. En 2022, la fundación reportó 355 millones de dólares en gastos, cifras que la sitúan entre los principales actores privados del clima en el mundo. ClimateWorks se presenta como la solución perfecta para la absorción de carbono a gran escala, capaz de ayudar a lograr los objetivos climáticos de reducción de CO2 en la atmósfera.

El silencio académico: cuando investigar se convierte en riesgo

¿Pero son las fundaciones el camino a seguir en la lucha contra la crisis climática o más bien entran dentro de un espejismo capaz de hacernos creer que se realizan acciones eficaces cuando en realidad son solo fuegos de artificio?

Pese a su creciente influencia, la crítica académica a esta “hegemonía filantrópica” es escasa. Linsey McGoey, en No Such Thing as a Free Gift [No existe tal cosa como un regalo gratis] (2015), advierte que la gran filantropía moderna opera casi sin supervisión democrática y que atacar públicamente a donantes que financian universidades, centros de investigación o programas de máster equivale, en muchos casos, a una condena profesional.

La investigadora Ilana F. Silber ya señalaba en 2012 en su artículo The Politics of Philanthropy, Sociology Compass [La política de la filantropía, brújula sociológica], que el poder filantrópico crea “zonas de inmunidad moral” alrededor de quienes donan grandes sumas. Édouard Morena retoma esta idea en El Precio de la Acción Climática (2020), donde documenta que parte de la investigación crítica se ha visto marginada por la dependencia financiera de instituciones académicas respecto a fundaciones como Hewlett, Packard o Bloomberg Philanthropies.

La explicación es sencilla: para acceder a archivos, bases de datos, entrevistas o contratos de investigación con grandes fundaciones, conviene no incomodar. El resultado es una literatura científica despolitizada, centrada en métricas de impacto y gobernanza, mientras el análisis del poder —quién decide qué se financia y por qué— queda relegado a una minoría de investigadores.

El giro tecnocrático: del conflicto político a la ingeniería regulatoria

La arquitectura que ClimateWorks y entidades asociadas ayudaron a consolidar se caracteriza por un proceso sistemático de despolitización. En lugar de abordar la crisis climática como un problema de desigualdad, extracción, poder corporativo o justicia histórica, la filantropía la concibe como un desafío técnico susceptible de ser resuelto con innovación, eficiencia y análisis económico. Esta es la filosofía, por ejemplo, de ClimateWorks.

Peter Dauvergne, en Environmentalism of the Rich [El ambientalismo de los ricos] (2016), afirma que la filantropía climática dominante promueve una «política de distracción» basada en soluciones limpias desde un punto de vista tecnológico pero neutras en lo político. Es decir: medidas que permiten mantener la estructura del mercado global intacta. En un artículo posterior Greenwashing and Green Statecraft [Lavado de imagen verde y política verde] (2020), Dauvergne detalla cómo las grandes corporaciones utilizan la filantropía ambiental para legitimar modelos productivos intensivos y evitar regulaciones sociales más severas. Y Michael Edwards, en Civil Society (2018), sugiere que gran parte de la filantropía moderna extiende la lógica del mercado a la sociedad civil, limitando la imaginación política.

La sucesión de informes financiados por filántropos que impulsan soluciones de mercado —mercados de carbono, créditos de biodiversidad, captura y almacenamiento de carbono— es una muestra clara de ello. McKinsey publicó en 2022 un documento que estimaba un mercado global de créditos de carbono de 50.000 millones de dólares en 2030, y fundaciones como Bezos Earth Fund o Bloomberg Philanthropies han financiado coaliciones que buscan estandarizar y escalar estos instrumentos.

Europa: el experimento más avanzado

Si ClimateWorks es el cerebro global, Europa ha sido su laboratorio privilegiado. La creación en 2008 de la European Climate Foundation (ECF) replicó el modelo estadounidense: una entidad con grandes fondos, capaz de coordinar a docenas de ONG, think tanks (laboratorios de ideas) y consultoras especializadas en Bruselas.

La ECF ha gestionado en algunos ejercicios presupuestos superiores a los 200 millones de euros, distribuidos entre organizaciones como Carbon Market Watch, Sandbag, Bellona, ClientEarth o Transport & Environment. La fundación se describe como un «hub estratégico», pero investigadores críticos como Sherilyn MacGregor o Sivan Kartha recuerdan que la tecnificación del debate europeo ha desdibujado preguntas esenciales sobre quién se beneficia de la transición y quién paga sus costes.

Sherilyn MacGregor, en Gender and Climate Change [Género y cambio climático] (2010), apunta desde hace años que este enfoque tecnocrático también invisibiliza las dimensiones sociales y de género, reemplazadas por análisis de coste-beneficio aptos para consultoras y despachos jurídicos. Y en un artículo de 2020 en la revista académica Climate Policy titulado «Equity, climate justice and fossil fuel extraction: principles for a managed phase out», Kartha advierte que la obsesión por la eficiencia y las métricas cuantificables y que tiende a “oscurecer las dimensiones de equidad y justicia que deberían guiar cualquier transición energética”.

La metamorfosis del activismo: ONGs más cercanas al mercado que a la calle

La profesionalización acelerada del movimiento ambiental es uno de los efectos más profundos de esta arquitectura filantrópica. Organizaciones que a mediados de los 2000 denunciaban frontalmente el poder corporativo —como algunas redes de justicia climática o plataformas contra los combustibles fósiles— han pasado a priorizar informes técnico-jurídicos, reuniones con funcionarios y coaliciones de lobby. ¿Es esta la influencia más clara de las fundaciones climáticas sobre las ONGs?

En 2017, McGoey y Morena publicaron el artículo “Climate Capitalism and the New Philanthropic Turn” [«El capitalismo climático y el nuevo giro filantrópico»], donde describen cómo la dependencia de fondos empuja a las ONG hacia un modelo de gestión corporativa, con estructuras de gobernanza, métricas de rendimiento y lenguaje empresarial (“impacto”, “eficiencia”, “escalabilidad”), una transformación que altera la propia identidad de las organizaciones: ya no son agentes de conflicto político, sino intermediarios técnicos del proceso legislativo.

El fenómeno se observa con claridad en el sector energético: mientras grupos radicales como Ende Gelände o Reclaim the Power movilizan a miles de personas contra minas de carbón o aeropuertos, las ONG integradas en la red filantrópica prefieren centrarse en análisis regulatorios o propuestas legislativas detalladas. Tal vez ambas estrategias son necesarias, pero la desproporción de recursos entre unas y otras inclina el tablero hacia la «transición sin conflicto», que suele ser también la transición tecnológica sin ninguna redistribución económica o social.

El poder de lo «técnicamente inevitable»

De hecho. el éxito de esta hegemonía reside en su capacidad para definir qué es técnicamente inevitable. Un ejemplo claro son los mercados de carbono. La expansión del EU ETS (Sistema Europeo de Comercio de Emisiones) se apoyó en estudios financiados, directa o indirectamente, por entidades vinculadas a la red filantrópica. El discurso dominante presentaba estos instrumentos como “la forma más eficiente de reducir emisiones”, ignorando debates sobre justicia climática o impactos territoriales.

Del mismo modo, informes de consultoras como McKinsey, BCG o SystemIQ —a menudo cofinanciados por fundaciones— se han convertido en brújulas de facto para gobiernos europeos. Estas consultoras estiman rutas de descarbonización, proponen calendarios industriales y evalúan impactos económicos, siempre dentro de un horizonte donde la economía de mercado permanece intacta.

¿Pero es posible la lucha contra la crisis climática sin remover los cimientos del sistema?

Esta es una pregunta que solo puede ser respondida en teoría, en la práctica, la estrategia consiste en cambiar las fichas del tablero para que, en realidad, nada cambie.

En este juego, las fundaciones tienen ventaja, pues su opacidad es uno de sus rasgos sistemáticos. A diferencia de las instituciones públicas, las fundaciones no están obligadas a revelar criterios de financiación, reuniones con funcionarios, estrategias de lobby o evaluaciones internas. Publican memorias anuales, pero no su huella regulatoria. Esto dificulta medir hasta qué punto han influido en leyes como el Pacto Verde Europeo, el paquete Fit for 55 o los objetivos de neutralidad climática de 2050. Se han convertido, por así decir, en el punto ciego del sistema.

Para no pocos científicos, economistas e investigadores, este punto ciego podría ser el origen de toda una serie de promesas salvíficas que no harían sino enturbiar la cuestión principal. De esta forma, la amenaza más grave a la transición ecológica no sería el negacionismo climático sino el propio «capitalismo verde» y sus falsas soluciones. Una idea expuesta por Adrienne Buller, investigadora de Common Wealth, en su libro The Value of a Whale: On the Illusions of Green Capitalism [El valor de una ballena: Sobre las ilusiones del capitalismo verde] (2022), donde se reafirma en la idea de que, lejos de transformar nuestras economías, el capitalismo verde permite que élites financieras y filantrópicas definan las trayectorias de la política climática, de manera que su objetivo es preservar las estructuras de poder existentes.

El momento actual: un equilibrio inestable

La COP30 dejó claro el papel central de los grandes filantrocapitalistas en la agenda climática global. Fundaciones como Bloomberg Philanthropies, Gates, Rockefeller, IKEA y Children’s Investment Fund orientaron debates y financiamientos, priorizando soluciones de mercado y tecnológicas, consolidando una transición climática gestionada desde arriba, más eficiente financieramente que redistributiva o justa.

Con este panorama, ¿se puede seguir hablando de transición ecológica sin que esta sea democrática? ¿Se puede hablar de justicia climática mientras se acentúa la concentración de poder económico y político?

En los últimos años, la investigadora Sara Jane Ahmed ha repetido en diversos artículos y papers vinculados al Institute for Climate and Sustainable Cities (https://icsc.ngo/tag/sara-jane-ahmed/), que si la transición no es inclusiva y redistributiva, solo resultará en que los poderosos adapten sus privilegios a las condiciones ecológicamente límites. Y académicas como Daniela Gabor (2022) subrayan que la “Green Finance” que impulsa la UE favorece a grandes bancos y fondos de inversión, no necesariamente a la ciudadanía. En la misma dirección Peter Newell (2021), profesor en la universidad de Sussex, sostiene que las élites corporativas y filantrópicas están reconfigurando las políticas climáticas para que encajen dentro de modelos de crecimiento orientados al mercado, lo cual limitaría una transición verdaderamente justa y transformadora.

Si el Norte global continúa dirigiendo la transición desde plataformas filantrópicas y foros empresariales, es probable que el Sur global siga recibiendo soluciones empaquetadas, financiadas por donantes y medibles en indicadores que no capturan la desigualdad estructural.

El mapa que surge tras seguir la pista del dinero —desde Design to Win hasta la ECF, pasando por CIFF, Bloomberg Philanthropies o ClimateWorks— revela una constante: la filantropía no está reparando las grietas del capitalismo, sino gestionando su adaptación a la crisis climática. Lo que está en juego no es sólo el ritmo de la transición, sino su naturaleza: si será una transformación democrática y redistributiva o una tecnocracia verde administrada por quienes más se benefician del sistema actual.

Frente a esta realidad, urge una financiación pública robusta para investigación independiente, una demanda de transparencia obligatoria para el sector filantrópico y un refuerzo de los movimientos sociales que no dependan de dinero corporativo, con el fin de poder encontrar soluciones efectivas a la crisis climática sin caer en una ficción tecnológica que no es capaz de dar con el mejor camino ni, tal vez, lo desea.

Bibliografía

Buller, Adrienne. (2022). The Value of a Whale: On the Illusions of Green Capitalism. Manchester University Press.

Dauvergne, Peter. (2016). Environmentalism of the Rich. MA: MIT Press. Cambridge.

Edwards, Michael. (2018). Civil Society.Polity. Cambridge.

Gabor, Daniela. (2022). Benquet, M., Bourgeron, T. (ed.). Accumulating Capital Today. Contemporary Strategies of Profit and Dispossessive Policies. Routledge. London.

MacGregor, Sherilyn. (2010). ‘Gender and climate change’: from impacts to discourses. Journal of the Indian Ocean Region, 6(2), pp. 223–238. https://doi.org/10.1080/19480881.2010.536669.

Kartha, Sivan (2020). Equity, climate justice and fossil fuel extraction: principles for a managed phase out. Climate Policy, vol.20, pp. 1024-1042. https://doi.org/10.1080/14693062.2020.1763900

McGoey, Linsey. (2015). No Such Thing as a Free Gift.Verso. New York.

Morena, Édouard. (2020). The Price of Climate Action: Philanthropic Foundations in the International Climate Debate.Palgrave Macmillan. London.

Silber, Ilana F. (2012). The Politics of Philanthropy, Sociology Compass, 6 (6),
pp. 490–502. https://doi.org/10.1111/j.1751-9020.2012.00448.x

VV.AA (2007).Design to Win: Philanthropy’s Role in Solving the Climate Crisis. (Diseñado para Ganar: El papel de la filantropía en la lucha contra el calentamiento global). California Environmental Associates (CEA). https://www.researchgate.net/publication/325010206_Design_to_Win_Philanthropy’s_Role_in_the_Fight_Against_Climate_Change [Recuperado en 26/11/2025].

Newell, Peter. (2021). Power Shift: The Global Political Economy of Energy Transitions. Cambridge University Press, Cambridge.

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