
Por Victoria Gago, Marta Malo y Luci Caballero.
En este inicio del prólogo del libro “La Internacional Feminista” las editoras se plantean las preguntas fundamentales del movimiento feminista en su dimensión supranacional. Es un ejemplo que deberíamos seguir en otros movimientos sociales.
Una nueva época del movimiento feminista ya se ha instalado. Estamos viviendo en ella. La organización de las huelgas internacionales de mujeres, lesbianas, trans y travestis desde 2017 han marcado un umbral en la escala de la movilización, en la conceptualización y en la constelación de luchas que se presentan como feministas.
Es esta triple dimensión del movimiento (multiplicidad de luchas, escala geográfica y gramática común) la que ha producido diagnósticos y prácticas concretas contra los modos depredadores del capitalismo patriarcal y colonial en su fase actual con enorme eficacia política.
La huelga ha sido efectiva para convocar una serie de conflictos y nutrir revueltas que la han convertido en un proceso político de larga duración. Lo que vemos como características sobresalientes de este ciclo feminista es la amalgama de masividad y radicalidad. Se trata de dos características que no siempre son aliadas ni que suceden en simultáneo y que el movimiento feminista ha logrado componer.
Esa fuerza es también lo que explica la virulencia de la contraofensiva militar, económica y de los fundamentalismos religiosos, que en estos últimos tiempos han respondido a los feminismos, como capacidad concreta de poner en crisis simultáneamente una división sexual del trabajo aún más dura en la precariedad, los mandatos de género que la estructuran y las respuestas reaccionarias a la inseguridad laboral y existencial.
Nuevo internacionalismo
La marea feminista (no secuenciable en olas, que responden a una cronología y una temporalidad restringida a Europa) ha revuelto las geografías y los modos de hacer feminismos, de nombrar la rebelión aquí y allá, y de modificar los criterios que dicen cuáles son las prácticas de desacato que importan y cuentan como tales. En este sentido, lo ha revuelto todo, también los modos de historizar y hacer genealogías, con una radical impronta anticolonial.
Las metáforas acuáticas, sin embargo, plantean un parentesco raro, interesante. En ese envión, el «sueño irónico de un lenguaje común» —la lengua de los manifiestos, a la que apeló Donna Haraway hace tiempo una nueva vitalidad hecha de situaciones concretas, de escenas cotidianas y de enormes movilizaciones que trazan una novedosa cartografía internacionalista.
Efectivamente, un modo de constatar y delinear la mutación y la importancia del movimiento feminista actual es que, en toda su heterogeneidad, ha tejido (y sigue haciéndolo) un plano global de intervención, resonancias y coordinaciones. Estamos hablando de un transnacionalismo que es ya existente. No se trata de un programa a futuro, a diseñar y construir como paso evolutivo del movimiento, sino una dimensión que está presente desde el primer momento y se va haciendo más tupida y rica por impulsos sucesivos. Lo transnacional, podría decirse, es un modo de existencia del feminismo, tal y como viene expresándose desde que el grito de «Ni Una Menos» y el llamado a la huelga feminista empezaron a replicarse viralmente sin atender a fronteras nacionales.
¿De qué manera se construye y logra consistencia este nuevo internacionalismo? ¿Con qué historias se enhebra y a cuáles reinventa? ¿En qué radica su fuerza? Queremos proponer algunos rasgos al calor de esas preguntas. (…)
La respuesta a estas preguntas están en el resto del prólogo.
